Pensamiento crítico o praxis
En los años
’90s del siglo pasado oír hablar sobre marxismo, imperialismo, revolución hacía
que los académicos y los políticos (con los que habían sido las vanguardias
intelectuales de la revolución latinoamericana a la cabeza) sonrieran con una
especie de conmiseración por esos pequeños ingenuos que todavía creían que la
especie humana era merecedora de que el capitalismo terminara y se implantara
un modo de vida en que las injusticias, la alienación y la escisión del hombre,
producto del modo de producción dominante, desaparecieran y no dejaran sino el
recuerdo de haber sido. La ideología había logrado su máximo nivel de
eficiencia: ante la desaparición de lo que todo el mundo llamó “el socialismo
real” casi todos en el planeta habían perdido ya las esperanzas en que el mundo
podía ser más humano y pensaban que la naturaleza era del todo darwiniana y lo máximo
que se podía esperar de la vida en la tierra era lo que había.
Pero tal
como había predicho Rosa Luxemburgo, el capitalismo terminó de globalizarse y
empezó su camino al despeñadero. Eso no significa que mañana se va a acabar;
significa que ha empezado el trabajo de los que creemos que mientras exista
vida en la tierra ésta debe tender hacia mejor y que el capitalismo y en
general, los modos de producción deben dejar de existir como modo de
relacionarnos entre todos los seres vivos y debemos empezar a crear un Modo de
VIDA, que debe basarse en la solidaridad, en la complementariedad y la
colaboración, no solo entre los seres humanos, sino entre todas las especies,
como ya hace mucho parecen haberlo entendido especies como los caninos, los
delfines, los gatos pequeños, que han establecido en muchos lugares del mundo
relaciones de cooperación con los seres humanos y se han visto favorecidos con
ello.
La experiencia
venezolana dice que las clases tradicionalmente menos conectadas con el mundo
de la academia, enfrentadas a las injusticias desde siempre, pero por primera
vez en contacto con la idea de que eso no es natural (como la ideología
dominante les había obligado a creer), a través de las clases dominicales de
alta política impartidas por Hugo Chávez por televisión nacional, han entendido
que de lo que se trata es de cambiar el mundo para que todos podamos tener “lo
que teníamos que tener” (en palabras del poeta cubano Guillén). La falta de
contaminación por el mundo del pensamiento político ha hecho posible que “los
condenados de la tierra” entiendan y se dispongan muy rápidamente a actuar; y
que la única forma de hacerlo es organizándose entre ellos y hacer que las
cosas pasen. Y eso está pasando.
Pero los
intelectuales y los políticos están empeñados en hacer que las cosas no pasen,
porque es difícil querer honestamente que la situación cambie, cuando mi
situación personal no es mala en absoluto. Y si uno tuvo posibilidad de
estudiar, eso es signo de que su situación no ha sido mala del todo. Es por eso
que estoy totalmente de acuerdo en que hay que salir del aula y propiciar el
debate en las calles, en los barrios, en las aldeas, en las esquinas. Y más que
una “batalla de ideas” el debate debe ser sobre la estimulación a la
participación y a la organización para la acción, porque hemos visto que “el
saber convencional de las ciencias sociales” no tiene las posibilidades de explicar
y mucho menos de transformar la sociedad (porque no está hecho para eso).
Es por eso
que las instituciones y los funcionarios públicos venezolanos tenemos todos los
días funciones nuevas que tienen que ver con el “empoderamiento” del pueblo de
lo que realmente les pertenece, para hacer que ellos mismos cambien lo que
tienen que cambiar y tengan lo que tienen que tener. Los intelectuales mientras
tanto, deberán aprender de los saberes tradicionales de los pueblos y ellos son
los que tienen que inspirar la teoría que tendrá que escribirse con base a la
realidad de los verdaderos protagonistas de la vida: las grandes mayorías que
resisten y avanzan a pesar de todas las miserias y las injusticias.
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