Hoy voy a confesarme públicamente
Hoy voy a confesarme públicamente. Si esta situación política de Venezuela hubiera sucedido hace trece años, yo estaría deseando para todos aquellos de mis familiares, amigos, compañeros y conocidos pobres que van a votar en contra de sus propios intereses, exactamente lo que van a ir a buscar en ese acto, porque hay veces que enfrentarse al demonio, cura las enfermedades. Pero después de todo este tiempo, he aprendido en el día a día de esta Revolución, que esa frase espléndida del Ché “Déjeme decirle, a riesgo de parecer ridículo, que el revolucionario verdadero está guiado por grandes sentimientos de amor”, no es para nada el ejercicio extremo del romanticismo utópico de un revolucionario, sino que es la guía ineludible de todo aquel que crea y que quiera de verdad un mundo mejor. Es por eso que en estos momentos de la historia deseo con toda mi vida que los que van en contra de sí mismos no tengan éxito en sus actos, porque eso les traería un mal que ellos mismos no pueden siquiera imaginar.
Y no pueden imaginarlo, no porque sean brutos y no estén en la capacidad intelectual de hacerlo, sino porque el trabajo de ideologización de las masas que hace al menos doscientos años lleva haciendo el capitalismo a través de los aparatos ideológicos del Estado, tiene en estos momentos un nivel de efectividad sumamente alto. De esta forma los ciudadanos que parecieran tener claro que el mundo en que vivimos no está bien, no pueden siquiera aproximarse a soslayar una respuesta sobre el porqué eso sucede; mucho menos están cerca de llegar a una solución sobre cómo hacer que el mundo cambie para mejor. Porque el sistema tiene un argumento que se repite a cada minuto de la ideologización: “el mundo es así inevitablemente”. De allí vienen todas esas propuestas que tienen que ver con el fin de la historia, ya que la historia como concepto lleva en sus entrañas un proceso hacia algo, en cambio la ahistoricidad lleva en su seno una situación de naturaleza inmutable, como Dios, que no se puede explicar y no se puede comprender o cambiar. Se acepta y punto. Lo máximo que se puede decir de Dios es que no se comprende porque es demasiado grande para la mente humana.
Pero también aprendí en estos pocos años que la diferencia entre los revolucionarios y los “intelectuales de izquierda” es que mientras los primeros aman, los últimos se aman a sí mismos por ser tan inteligentes: “saben tanto que saben a mierda” (al decir de mi mamá); es por eso que en lo que huelen que ha llegado la Revolución en la que hay que amar a otros tanto como a sí mismos, les da grima y salen corriendo hacia la derecha, en donde lo único que hay que hacer con esa gente mal vestida y desdentada es darles una nueve milímetros, una “cañita” y mandarla a matar a sus semejantes –que eso es lo que han hecho siempre. Es así como se explica que los profesores universitarios y los ultrosos que teóricamente eran los destinados a cambiar el mundo, estén en estos momentos aliados a los más rancios intereses del capital transnacional, siendo financiados por sus antiguos torturadores y dedicando su vida a la lucha contra la única oportunidad que ha tenido este pueblo de tener una vida medianamente decente dentro del capitalismo en el que seguimos y seguiremos viviendo por un tiempo indeterminado.
Hay otra frase de Guevara, que de tanto oírla y leerla y escribirla y decirla, todos los izquierdozos nos sabíamos de memoria: “Cuando lo extraordinario se hace cotidiano estamos en Revolución”. Desde hace algún tiempo veo que la hijita de mi compañera tiene su Canaimita, de esas que ya van entregadas 2 millones a los escolares; y voy a mi CDI y me hacen mis análisis y me dan mis remedios; y veo mi cédula laminada sacada en dos horas y mi pasaporte que me lo mandaron a mi trabajo; y veo a tanta gente estudiando en la UNEFA y en la Bolivariana, en la que se inscribieron sin tener que pasar años en un comité de bachilleres sin cupo; y veo que todos los adultos mayores de mi familia (que son un camión) están cobrando un sueldo mínimo todos los meses y algunos buscan sus remedios en el Seguro Social de Los Ruices. Y aunque todo eso parece normal, porque como dicen los escuálidos son “nuestros derechos”, en realidad ES EXTRAORDINARIO porque ni en mi medio siglo de vida ni en el casi siglo de mi abuela se vieron esas cosas con ningún gobierno.
Lo que creo que nadie de mi generación o de las anteriores imaginó en Venezuela es que esas frases dejarían de ser letra muerta y se convertirían en ejercicio del pensamiento revolucionario, en praxis. ¡Estamos en Revolución y el amor es su motor! Y es porque estamos en Revolución, es porque he aprendido a amar a la gente y a admirar a la gente que ha hecho posible que esto suceda, que no voy a desearle a mis allegados que van a votar por sus verdugos lo que ellos buscan con esa acción; todo lo contrario: voy a hacer todo lo que tengo que hacer para que cada uno de mis uno por diez vayan a votar y voy a estar pendiente de hacer lo que tengo que hacer para que nadie a mi alrededor pueda sabotear el triunfo de la Revolución. Es sobre todo por amor a mis semejantes que van a votar en contra de sí mismos que voy a hacer lo que tengo que hacer: cuidar nuestra Revolución!!
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