Dónde habrá ido a parar mi España?
Cuando los españoles regresaban, después de muchos años de no haber ido y volvían decepcionados, por no entender nada de lo que encontraban, me causaba un sentimiento parecido a la condescendencia: pobrecito, pero qué bueno, para que vea que Venezuela es su país y no tienen que estar pensando más en aquel que dejaron hace tanto ya.
Sin embargo, hace muchos años me casé con un español y vivimos durante unos pocos, pero abundantes años en Valencia; Valencia la fallera, la levantina, la del Miguelete y la Albufera. Por esos años conocí bastante del sur de España y Madrid, amén de pasar, sólo pasar por el norte rumbo a Francia. Pero sobre todo conocí la cultura española. Incluso tuve serias preocupaciones por la idea de tener hijos que siendo mis hijos, iban a ser españoles y se criarían como tal y no como venezolanos.
En esa época me di contra una pared cuando encontré que el idioma español de ellos y el nuestro eran completamente distintos. Un día me encontré hablando con un grupo de amistades de mi marido y siendo traducida por él, a casi cada palabra que decía. Y aunque mi especialización era en sociolinguística, nunca hubiera creído que me pudiera pasar no poder explicar el sentimiento de extravío, cuando a pesar de hablar el mismo idioma, no nos entendíamos.
Hasta que apliqué aquella máxima popular: A donde fueres haz lo que vieres. En ese caso, hablar como ellos! Y me costó lo mío, pero en poco tiempo mis familiares venezolanos me reclamaban que hablaba como española. Pero no importaba, porque o me extrañaba a mi misma cotidianamente o me extrañaba una vez cada tanto cuando hablaba con Venezuela (que no es como ahora que hay whatsapp).
Pero sobre todo me hice de una idea sobre los españoles: gente muy distinta a nosotros, pero muy cercana. Y es que encontré en ellos nuestra alegría de vivir y nuestra altivez (que yo creía solo caribe). No podía convertirme en ellos, pero envidié su solidez identitaria: aunque todos distintos, cada uno de ellos se enorgullecía por ser quienes eran, por ser diferentes, muchos por ser superiores, por ser lo que eran. Y ser español, aparte de las distintas nacionalidades, era ser español!
Había algo que me fascinaba: uno se podía pasar los 365 días del año en fiestas populares a lo largo y ancho de todo el país. Casi todas son fiestas de origen religioso, pero que terminaron convirtiéndose en las celebraciones más paganas que se puede imaginar: fuegos artificiales, desfiles de carrozas y competencias entre barrios o escuelas o grupos de distintos colores.
Lo cierto es que la característica de cada uno de ellos es el colorido, el escándalo, el desorden, la alegría, el baile, el desparpajo, la locura. Los españoles se maltrataban entre sí y a los demás, pero no con mala intención, sino más bien con la inconsciencia del no saber cómo amar. Gritaban para comunicarse y decían las cosas de frente; eso los hubiera podido definir como entrépitos, pero posiblemente no sólo con la intención de chismear, más que con la de ayudar.
En los años 90s del siglo pasado, España no estaba muy desarrollada tecnológicamente, por lo que parecía un poco atrasada con respecto a Venezuela, pero en estos años hicieron una carrera vertiginosa hacia la tecnología, para estar en estos momentos a la par del resto de los países del primer mundo. Para ese entonces empezaba la televisión a tener casi más contenidos enlatados gringos que programación propia, lo que ya era preocupante. Y se asomaba la televisión por cable.
Hace un mes, a principios de abril de este 2019, volví a ir a mi suegra patria, después de algo más de 30 años de venirme de mi aventura ibérica. Y encontré una España absolutamente extraña! Bueno, a decir verdad, solo con Madrid pude reencontrarme, pero me quedé con las ganas de llegar a aquella ciudad bulliciosa y alegre que recuerdo y que creo no existe más.
Madrid es una ciudad cosmopolita. Todo está limpio, todo ordenado, con apps para el autobús y para uber. Nadie tira colillas de cigarros en la calle, porque casi nadie fuma ya! La gente anda toda vestida igual, con las mismas chaquetas acolchadas (por el inicio de primavera) de color oscuro y sin bufandas coloridas ni adornos bonitos. Todos hablan en volumen bajo (excepto los venezolanos, es increíble) y todos atienden a uno como si fuera suizos.
Los mercados y los bares fue otra búsqueda infructuosa: solo encontré automercados muy bien surtidos de pescados congelados y embutidos envasados al vacío, con escasísimo sabor pero muy ordenaditos y limpiecitos. Hace 30 años eso no hubieran podido venderlo a nadie! Y los bares españoles, de tapas o sencillamente de café y cañitas, no existen. Ahora todos los españoles almuerzan en restaurantes "all you can eat" regentados por chinos.Y lo último que no encontré fue el olor de los sitios: la Madrid que encontré es acéptica, no huele y no sabe. Madrid parece Toronto.
Recordaba yo que antes las fronteras entre Suiza e Italia y entre Francia y España eran muy evidentes. Y no porque hubiera pasos fronterizos, porque ya había frontera Shengen en ese entonces; sino por las diferencias de volumen y de orden. Pues supongo que el tema comunitario obligó a todos a homogeneizarse y ya ser español da igual que ser suizo o inglés. No quiero siquiera comentar esto con mis amigos españoles, que supongo que no se han dado cuenta de su propio cambio, porque cuando uno está dentro de las circunstancias se vuelve insensible a ella.
De este viaje me quedó un sabor raro: me supo bien la modernización que en aquellos tiempos extrañaba; pero eché de menos la España en la que viví, en la que hice planes de vida y de futuro.
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